Patrimonio Natural de Villafranca del Bierzo
El medio natural de Villafranca y su área de influencia atesora una enorme riqueza y diversidad debido a su situación en la confluencia de dos regiones biogeográficas que aquí se entremezclan armónicamente, la eurosiberiana, simbolizada por las lluvias atlánticas, las brumas, los robles, abedules y acebos y la mediterránea, más cálida y seca, en la que reinan las encinas, alcornoques y madroños. Desde las frías y escarpadas cumbres de Pedra Cabalar, Pena Rubia, Tres Obispos y Corno Maldito hasta las suaves colinas de viñedos, a través de los distintos pisos bioclimáticos, el paisaje se va transformando con sorprendente naturalidad.
Tierras de montaña, de verdes valles y cristalinos ríos, arroyos y fuentes, que constituyen un conjunto paisajístico, botánico, fáustico y humano de enorme riqueza y atractivo. El secular aislamiento y la voluntad de sus gentes, han mantenido relativamente intactos unos ecosistemas naturales, bellos, diversos y un patrimonio arquitectónico y cultural único.
Bosques de ribera que se mezclan en armonía con los aprovechamientos humanos tradicionales. Encinares y alcornocales en los que se sigue aprovechando el corcho. Viejos y primigenios bosques “morteiras" en las cabeceras de los valles, sustentando un impresionante tesoro biológico. Lleras y penedos que conforman un paisaje mágico.
Estos magníficos enclaves acogen pueblos hospitalarios llenos de singularidad y armonía con su entorno, rodeados de belleza y de paz, que aún conservan mitos, leyendas y costumbres más cercanos a la tierra. Sus habitantes, pastores, agricultores y artesanos, han ido modelando a través de los tiempos, un complejo entramado de praderas, huertos, sendas, pastos de altura y brañas. Estas últimas, como las Alzadas de Villar o Campo del Agua, son alojamientos estivales para ganados y pastores, desde tiempos inmemoriales.
El árbol, presente en todos los paisajes, enraizado en la cultura popular, sombra y orientación para el caminante o presidiendo las plazas y lugares de culto. Los grandes árboles, símbolos asociados a la inmortalidad, testigos de otros tiempos.
En los soutos de nuestros pueblos sobreviven castaños monumentales, aquellos que durante siglos alimentaron a personas y bestias. Ejemplos como el Mirandelo, de Pobladura de Somoza, visible desde toda la hoya berciana, el verrugoso de Porcarizas o el Campano de Villar de Acero, considerado como el más grande de la Península.
En las cabeceras de los valles, bosques húmedos, acariciados por las brumas, como los de A Morteira dos Camposos, Barantés, Rodimeo, Morteira de Pedra Cabalar. Últimos reductos de las selvas originales que un día poblaron estas tierras, esconden en su interior grandes ejemplares de robles, pradairos, abedules, capudres, tejos y acebos.
Refugios de la fauna de la Cordillera Cantábrica, aquí sobreviven criaturas emblemáticas como el oso pardo, lobo, urogallo, pito negro, jabalí, corzo, ciervo, rebeco, águila real y culebrera, búho real, perdiz pardilla, lagarto verdinegro y lagartija colilarga.
Valle abajo, En Puente de Rey, existe, magníficamente conservado, por sus habitantes, a través de generaciones, un bosque mediterráneo de encinas, sufreiros (alcornoques) y madroños, del que hasta tiempos recientes, se obtenían por arcaicos procesos artesanales, carbón vegetal y corcho.
Y el rió Burbia, vivo, cristalino y multicolor, auténtica columna vertebral, arropado por sus bosques de ribera rebosantes de humeiros, álamos, fresnos y salgueiras, regalando vida, sensibilidad y belleza a todo este variado ecosistema.
En este relato no podemos olvidar el arbolado urbano, que por su significación y belleza merece especial atención.
En Villar de Acero, Teixeira y Porcarizas se pueden contemplar varios Tejos de buen porte integrados en el caserío, como símbolos ancestrales de eternidad, protección y sabiduría.
En la campa de Fombasallá, situada en un monte de Paradaseca, desde donde se divisa todo el Bierzo, tres enormes pradairos –arces- custodian una vieja ermita en un lugar de culto ancestral.
Ya en Villafranca, el Ciprés del Convento de la Anunciada, auténtico hito en el paisaje, es el más grande y viejo de España. Testigo vivo de los últimos cuatro siglos de la historia del Convento y de Villafranca. La Glicinia de la antigua fábrica de alcohol es todo un espectáculo con su desbordante floración primaveral, así como los monumentales magnolios del jardín de la casa Luna-Beberide.
Y en el corazón de la Villa, El romántico jardín de La Alameda, con el recuerdo de los viejos olmos desaparecidos, refleja un bello deseo de recrear la naturaleza añorada.